El viernes me dieron la luz verde que tanto estaba esperando. El doctor me recetó terapia física, sobre todo para la clavícula, pero me dijo que ya podía empezar a pedalear. Salí feliz.
Le llamé a Raba para ver si salíamos el sábado, pero el tenía que salir con los de Bicimanía que estaban organizando un paseo en montaña. Me les hubiera unido, pero tenía un compromiso temprano y no hubiera regresado a tiempo. Pero por supuesto que no me iba a quedar sin pedalear: me fui por mi cuenta al Ecoparque.
Aunque no pude estrenar la bici nueva, sentí riquísimo andar tempranito en la mañana entre los árboles, con el olor a tierra mojada (y bastante lodosa) en el ambiente. Yo esperaba subir la montaña como lo hacía antes, pero me di cuenta que entrenar en el rodillo no es lo mismo que pedalear afuera. Subí, e incluso al llegar a la punta, baje un poco y volví a subir por otro lado. Pero me cansé: me quedé corta de aire y en algunas subidas tuve que bajar la velocidad de atrás hasta 1, cosa que casi no hacía antes en ese recorrido.
Como nota final a mi experiencia en el Ecoparque, en una veredita, me encontré a Don Tiburcio y platicamos un rato. Los que han ido al Ecoparque sabrán que Don Tiburcio fue el que cuidó la entrada por mucho tiempo, hasta hace poco que lo cambiaron de puesto y ahora está trabajando en las siembras. Don Tiburcio es todo un personaje. Un señor mayor que es amigo de todos. Nunca anda menos de cuatro camisas porque padece de frío, dice que solo toma café y nada de agua, fuma sin parar y se enorgullece de no conocer un hospital por dentro. Su mayor talento es poder meterse escorpiones adentro de la camisa sin que le piquen (ese cuento se lo he escuchado dos o tres veces). En fin, me dio muchísimo gusto platicar con Don Tiburcio.
Ahora domingo, Raba tenía que trabajar, así que otra vez fui al Ecoparque. Me costó más empezar, las piernas me estaban pasando la factura del día anterior. Además había más lodo que hacía que las llantas se deslizaran, permitiendo a la bicicleta avasar menos. Pero igual estuvo rico: había neblina, vi una cotuza y un torogoz y hacía un friíto rico.
Después de tomarnos un cafecito en la tienda que está arriba, empezamos a bajar hacia el carro. No llevábamos ni tres minutos bajando, cuando se vino un buen “chaparrón”. La velocidad hacía que las gotas dolieran y empecé a sentir demasiado frío. Pero sentía una combinación de adrenalina, emoción y felicidad por poder volver a pedalear afuera.
(Por si se están preguntando, por el momento no me ha dado gripe… espero así me mantenga.)
Le estrenada de la bici aun está pendiente. Pero ya la tengo subida al carro, lista para salir mañana tempranito y los cleats, guantes y casco también.
No comments:
Post a Comment